Otros Libros y Publicaciones Virtuales

Aquí puedes leer gratis las compilaciones que nos envían los eventos

Textos Grito de Mujer 2019-Durando-México



«CLAUDIA» 

 
Xitlalli Reyes





Hace poco me acordé de mi amiga, tardé en traer a la memoria su nombre, tenía que ver con algo claro, algo como cla…ridad, como... clau…dia, ¡sí! se llamaba Claudia.

Sin duda era bonita, a mis cuatro años estaba segura de que era la niña más bella que había visto en toda, toda mi vida. Tenía el cabello muy largo, a veces nos poníamos a pescar, y su cabello era el rio. En otras ocasiones su sonrisa eterna detenía el tiempo, a quien tomábamos de cada orilla y estirábamos lo más posible, hasta hacer una cuerda con él.

Brincar la cuerda era lo que más nos gustaba, brincábamos hasta el cielo, cerca de las estrellas donde encontraba el brillo de sus ojos. Alguna vez v una de esas estrellas colapsar, entonces corrí al espejo, y mi amiga me explicó que eran mis ojos deshaciéndose en lágrimas, dijo que éramos tan parecidas, que cuando la tragedia pasara, brillaríamos con más fuerza.

Cuando mi mamá se enteró de lo compenetradas que éramos, se lo tomó a juego. Ella piensa que todas las relaciones son superficiales y de corta duración, le dije que nosotras seríamos amigas para siempre, entonces sí que se rio.

La verdad no importaba, tenía a alguien que me escuchaba y me entendía, el mundo verdaderamente rodaba a nuestros pies; en un instante pisábamos París y trepábamos la torre Eiffel, y al otro nos estábamos comiendo unos tacos en México. Era igual a vivir un sueño lúcido, esos donde tienes conciencia de estar soñando, y puedes hacer lo que te place, no importa si el monstruo que vive debajo de la cama sale de su escondite en plena oscuridad, seguro que la visión activada de rayos x lo detecta antes de que te sujete del pie, y lo derribas de un soplido.

Algo había de incongruencia en nuestra comunicación, nos entendíamos de maravilla, aunque Claudia hablaba poco. Lo que sí, es que abrazaba mucho, así que hizo lo propio cuando se me calló el ánimo. También papá se soltó a reír con el tema de mi amiga, mamá lo sentó en la sala de la casa, sobre la frase “tenemos que hablar”. A mamá el tema ya no le hacía gracia, así que pronto empezaron a discutir.

Desde ese día los ojos brillantes de mi amiga se alejaron cada vez más, las estrellas se congelaron en el cielo como reliquias de museo. Mi sonrisa eterna se derritió entre el sudor de las clases de gimnasia, los repasos de Matemáticas y las tareas de ciencia.

Duele escuchar que el mundo que vives es irreal, que la felicidad debe ser algo tangible, palpable, contable. Intenté hundir entre los cabellos de Claudia la realidad que mis papás me ofrecían, pero poco a poco los brazos de mi amiga se hicieron traslucidos, hasta perder tono. Tanto insistieron en que mi felicidad era imaginaria, que si hizo imaginaria.

Me entregaron un reloj que ataron a mi muñeca, un grillete que anunciaba la hora siguiente. Perder el tiempo es una condena, reír con cosas que otros no ven es una locura. Nadie me iba a querer así, los locos no tienen lugar en este mundo, por eso los dopan, para que estén en cualquier parte, menos con nosotros.

Si Claudia estuviera aquí seguro evaporábamos las angustias con risas, pondría su mano frente a la mía y me diría lo mucho que nos parecemos, es la niña más bonita que he visto en toda, toda mi vida.
Al recordar esto, he tenido este impulso de levantarme del sillón de mi vida adulta, de quitarme el grillete del tiempo, de vomitar la agenda, las deudas y la felicidad tangente, palpable, contable. Entendí lo mucho que he extrañado a mi amiga, como me hace falta que alguien se siente a mi lado y me escuche a conciencia, que me abrace con todo y locuras o brincos atemporales.

Debí hacer caso omiso a quien me dijo desadaptada por hablar sola en la calle, eran palabras de gente que clava su mirada en otros, por omitir el vacío que sienten al verse a sí mismos. Aseguro que también extrañan –ser- en vez de pretender ser.

¿Dónde estás Claudia?, aún tengo miedo del monstruo bajo la cama, pero por ti ya me estoy asomando para ver si te encuentro, voy pasando rincón por rincón, todo en silencio para ver si de repente te escucho reír y correr a tu encuentro. Así anduve todo el día, queriendo recordar en qué escondite te dejé.

Al llegar la noche ya estaba cansa, cansada de estar cansada decidí irme a descansar, fui a lavarme el hastío del día, a enfriar mi mente mientras me lavaba el rostro, luego alcé la mirada y me vi al espejo. Claudia, mi querida Claudia ¡estaba frente a mí!, estaba en el reflejo del espejo con su cabello largo como la noche, igual al mío. Cuando la toqué, sentí mi piel y nos abrazamos, estiramos el tiempo cual cuerda, para quedar eternamente completas. Tenía razón, cuando pasa la tragedia brillas con más fuerza.

Claudia, Sofia, Andrea; cualquier nombre era bueno para nombrar a la amistad, a la confianza, a la autoestima, al valor, a la creatividad, a la rebeldía, a la fuerza, a toda esa locura que orgullosamente vive en mí, pero que alejamos como cosa imaginaria.

Ya no busques, mejor encuéntrate.







«DOS ABUELAS»
 


Juan Carlos García Herrera



    Una y la otra eran pobres.

    Una vivía en una ciudad mediana, quizá pequeña. La otra siempre en comunidades que no alcanzaban el nombre de ciudades.

    Una se casó con el hombre que la vida le trajo. La otra sólo se unió a él.

    Una recibió golpes. También la otra. Una los soportó. La otra no, luego de más de una decena de años.

    Una sufrió de carencias. También sus hijos. Hacía tortillas y teniéndolas bien cerca, las distribuía a cuentagotas, mientras engordaba. La otra lo poco que tenía lo daba a sus hijas, mientras cosía, soportaba las borracheras de su marido, sostenía la normalidad de un hogar, sus costumbres, su rutina, sus ires y venires, despreciada por la familia del hombre.

    Una vio crecer a sus hijos en la falta de recursos. Le llegó la noticia que habían encontrado a su marido muerto en la acequia. La otra abandonó al suyo y tomó a sus hijos, huyendo a la ciudad de la primera. Se dedicó al trabajo doméstico, vivió cerca de su propia madre en una vecindad, en el que sus hijas fueron felices en aquellos tiempos en que se podía convivir con los vecinos y hacer fiestas tales como las posadas en comunidad; se podía salir a pasear con solo un paquete de semillas de calabaza y llegar pronto casi al campo.

    Una vio crecer a uno de sus hijos, el mayor, bordeando la locura. Los otros, no sabía ni qué hacían ni dónde andaban. Se desatendió de ellos, tal vez para trabajar. Con lo poco que había el mayor hacía de comer, cuidaba a los más chicos. Luego él tampoco sabía dónde andaban. Cada uno obtenía dinero como podía.

    La otra, entre cigarros, terminó con sus pulmones. Joven aún se consumió y su vida se apagó. Dejó a sus hijas solas primero; su padre las recogió y regresaron a aquella población en la sierra, a dedicarse a sufrirlo y ser maestras.

    Una vio a sus hijos casarse, irse de la ciudad, fue a vivir con su hija entre numerosas tardes de telenovela, sin querer tener molestos nietos cerca; resignándose a cuidar alguno. Los sábados, que no había telenovelas, había que ir a visitar a alguien. Alguien que escuchara sus muy largos monólogos. Tenía tanto qué decir y qué contar. No se le debía interrumpir sino con alguna expresión de asentimiento.

    La otra fue recordada por algunos de sus nietos en dos fotos: en la primera monta a caballo con sus amigas; la expresión es de seriedad, seguridad, usanza; todo es tradicional en la foto, desde el vestir a la manera del campo, hasta la disposición en que los caballos han sido detenidos por algún afortunado poseedor de un aparato fotográfico, para plasmar el instante para las generaciones venideras, que sabrán de esa vida entre incendios del pueblo en la sierra. En la segunda foto la abuela es una joven mujer elegante, de firmes rizos; una fotografía de estudio, en una silla, con un lindo vestido, buenos zapatos, sobre una alfombra de rico dibujo. Las cosas van mejor. Tal vez ya se unió al hombre aquél, heredero de tierras en Zacatecas y casas en Durango, pero que después perderá tierras y cederá casas, para terminar como peluquero, con un pequeño local, haciendo cortes a domicilio a los ricos, cerrando el local para dedicarse al alcohol, mientras insulta en inglés a quien se aproxime. Cuando la resaca lo permite copia música para su cuñado; había recibido una educación esmerada por parte de los lasallistas; toca bien la guitarra. Muy alto, siempre manda hacer sus zapatos que son talla 30. Su sobrina se hace retratar junto a él porque son guapos, tienen los mismos ojos claros, la misma apostura.

    Una vivió para afirmar que la bebé que se le presentaba como nieta no tenía ningún parecido con ella ni nadie de su familia. Solo podía describirla con “graciosos” epítetos. La otra nunca vio nietos.
    Una goza de la cerveza y los días de campo; se hace llevar a todas las salidas. Un día de noche buena ordena a sus nietos que quieran mucho a su abuela; éstos ríen a carcajadas: No lo dicen; nunca la han querido ni la querrán. La señora nunca se ocupó de ellos; a uno hasta le hizo unos gestos horribles cuando andaba por ahí siendo como son los niños. Como siempre, sólo la visitarán si no hay más remedio, cuando es enviada a vivir sola a espaldas de la casa de la hija. Entonces se quejará de lo sola que está, y que nadie va a verla, mientras critica a nueras, hijos o hija, quien sea. Su hijo favorito, en compañía de sus nietos favoritos, está muy lejos, allá en Estados Unidos, pero le ha enviado dinero para que compre este terreno y construya este cuarto cerca de su hija. Qué lejos están aquellos paseos a “Monterreicito”; en avión a Tucson, Arizona (pronunciado con toda su autoridad como “TUCSÓN”, corrigiendo a quien osara pronunciar “mal”), y sus estancias tan largas como se pudiera a pesar de la desesperación o indiferencia de nueras. Ahora se conforma con ver postales de Monterrey y Tucson. Con la letra de hijos que encontraron un porvenir en aquellas ciudades.

    La otra siempre fue recordada con cariño, como una santa; alguien que cumplió con su deber en las condiciones más difíciles, a pesar del hijo de la otra, de la cuñada que simplemente decía que no eran cuñadas, de las dificultades enormes de esa vida conyugal, esa afrontar lo que seguía sola. Además, la muerte temprana, dejando a unas niñas casi adolescentes enfrentar la vida de la que huyó. Pero las tres no caen en el pantano; casadas, con sendas familias, los nietos que no la conocieron escuchan su historia y a punto de las lágrimas le agradecen sus arduos trabajos; sus penalidades.

    Una murió de cáncer, rodeada por el deseo de sus familiares “que dejara de sufrir”. Uno de sus nietos recuerda que le daban el pésame y, por supuesto, no sentía nada. Le era curioso verla, allá tendida, tan parecida a su padre. Su madre le dijo que aquella noche sintió una fuerte energía negativa. Aquella abuela se negaba a irse.

    La otra se fue en un halo de película de los 40, en que la principal, tal vez única tragedia, es la muerte. La sigue una de sus hijas, atropellada. En blanco y negro se imaginan sus vidas, vidas que no son ficción. 






 


«EL MOTOR DE MI INSPIRACIÓN.»


Phillip H. Brubeck G.





Eres, mujer, el motor de mi inspiración, haces fluir las palabras para saltar con agilidad a la pantalla del monitor; se acomodan una tras otra para formar un canto eterno a la vida, al amor.

Siempre me has acompañado, aún en aquellos momentos cuando más angustiado me sentía por la soledad, tu imagen desaparecía y el silencio se negaba a dar paso a tu voz; era un vacío negro, profundo. Sin embargo, en lo más recóndito de la desesperación, la esencia del ser más perfecto creado por Dios llegaba a mí, me asía para evitar seguir en la espiral del descenso, y luego, cual ángel guardián, me llevaba nuevamente hacia la luz y la alegría de vivir.

Tus miradas, palabras y caricias son generadoras de ese estado de ánimo ideal para escribir. Muchas veces fuiste etérea, aunque no te podía ver ni palpar, impulsabas mi pluma. Otras muchas tu presencia física, tu rostro, tu sonrisa, enhebra las letras, una tras otra, con gran variedad de tonos y ritmos, para llenar las cuartillas sin descanso.

Gracias a Dios eres distinta a mí, no somos iguales. ¡Cuán aburrido sería! La monotonía repetida hasta el infinito de los productos industriales producidos en serie, sin variante alguna. Nuestros gustos son diversos, lo mismo sucede con las habilidades y pasatiempos. Sin embargo, lo más importante son los puntos en común: la fe en Dios, de donde derivan los valores morales, fundamento de nuestro actuar, origen del amor.  Porque nos sabemos diferentes nos aceptamos como somos, nos respetamos, dialogamos y eso nos ayuda a comprendernos, a compenetrarnos.

Tienes la belleza en el alma, se refleja en tu rostro, tus cabellos y el garbo de tu porte. Hermosa inspiración de mi canto.

La ternura de tus palabras alivia mis penas, en los momentos difíciles cuando las preocupaciones económicas me agobian. Viene siempre impregnada con una fuerte dosis de comprensión, especialmente para mitigar la frustración de los planes postergados por causas ajenas a mi voluntad, especialmente cuando el avance, los resultados, dependen de otras personas que no responden en el momento justo en que se necesita. Sí, tus palabras, tus caricias, desvanecen ese sentimiento de frustración.
En los días de alegría tú has sido la fiel compañera en todo momento, compartes la dicha, el triunfo, lo mejor.
Eres, mujer, el motor de mi inspiración...




 

«LA ABUELA»


Jesús Nevárez Pereda

Para las abuelas del mundo





Ya son las siete prieto, levántate. Que ganas de durar más en la cama. Me levantaba y vestía. Mi abuela me daba un jarro de café para despabilarme. Nos lo tomábamos juntos mi primo Juan al que en el mercado le llamaban “el hermano Juan”.

 Salíamos juntos de la vivienda que compartíamos dos familias, el lado izquierdo nosotros, el derecho Doña Josefa y Don Sabino con sus hijos, Lola de mi edad, un poco más grande Socorro, luego Julio al que le decía el “chiruso” por flaco y la mayor Manuela. Eran también santiagueros. Ambas viviendas divididas por un jardín pequeño pero que a mis siete u ocho años me parecía enorme y frondoso. Un jardín a donde en primavera lo visitaban las mariposas con las que jugaba a perseguirlas
Mi primo Juan y yo llegábamos al mercado, siempre entrabamos por una puerta de la calle Pasteur, por donde tenía su puesto de aguacates y limones el “Picosito”, al que mataron ahí mismo, un buen hombre que a nadie hacía daño, le enterraron una daga, nunca supe porque, o no lo querían decir delante de mí.

Juan se quedaba a platicar con los locatarios, o con los cascareros, o los plataformeros, o toda esa gama de gente que hace su vida en un mercado. Yerberos, talabarteros, floreros, carniceros, rateros etc.

Yo ya sabía lo que tenía que hacer, irme directo al puesto, desamarrar la lona con la que lo dejábamos cubierto, doblarla cuidadosamente y colocarla lo más adentro posible para que no se viera. Ir por agua a las pilas, la acarreaba en un bote no muy grande porque no podía con una cubeta.

 Regar y barrer. Luego, algo que me fascinaba, regar las legumbres, las zanahorias, las calabacitas, el cilantro, los betabeles, las coliflores, hasta hacerlas parecer recién traídas de la hortaliza. Me gustaba porque les daba vida, les regresaba el color y el olor. Luego limpiar y acomodar la fruta de la temporada para darle vista, Con trapo húmedo para evitar que se pudran pronto, luego acomodarlas una a una, parejitas, que se vean bonitas, aprendí a fuerza de ver como lo hacía mi primo Juan. Luego hacerlo y hacerlo bien a fuerza de regañadas.

Si Juan no encontraba con quien platicar me ayudaba, sino me dejaba y cuando se venía el movimiento de los marchantes llegaba para ofrecerles nuestras frutas y legumbres. Yo seguía limpiando tomates, pelando cebollas que tanto me hacían llorar, acomodando lo que los clientes desacomodaban.

Como a las diez la veía a lo lejos, con su bolsa de ixtle, su caminar lento pero seguro, con delantal y reboso. Llegaba y no se sentaba luego, luego, aunque ya le tuviera una reja maciza. Revisaba todo de reojo, me hacía dos o tres recomendaciones que cumplía de volada. En mis tiempos no tenía significancia el “ahorita lo hago”, “espéreme tantito”, “más al ratito”, “mañana lo hago sin falta”. Las órdenes se cumplían casi antes de que se terminaran de dar, sino un buen chingadazo se llevaba uno en la cabeza.

Juan y yo nos sentábamos mientras la abuela habría la bolsa de la sorpresa. Frijoles chinitos guisados con manteca de puerco y cubiertos de queso, Huevo con chorizo, tortillas recién hechas en casa por mi mamá y un frasco bien cerrado en el que se conservaba el café calientito. Si podía y mientras platicaban, me salía muy rápido, decía que iba al baño, pero no era cierto.


Me metía en la conquistadora, una mercería que aún existe y compraba soldaditos de plástico para jugar a la guerra. Sus trincheras eran los chiles de Poanas. Los cerros, los tomates de Culiacán. Las grandes montañas, los melones y sandías de Tlahualilo. Un puesto lleno de olores, colores, sabores se convertía en el campo de batalla con mis heroicos soldaditos. Otras veces, indios comanches contra vaqueros, en mis feroces luchas nunca igualadas con la violencia actual, siempre ganaban los indios.
Como a las doce otra barrida, otra regada a la verdura y volver a acomodar la fruta. Como a las dos venía la nueva mercancía. Había que lavarla, limpiarla, dejarla presentable para el marchante. Era cuando la guerra de mis soldaditos cesaba, se hacia una tregua y yo a chambear.

Pasadas las tres. Otra vez se me iluminaban los ojos. Ahí viene mi abuela, con andar lento pero seguro, a ver detalladamente, volver a recibir instrucciones. Luego, nos sentábamos en rejas a su alrededor Juan y yo, a veces algún invitado ocasional.

Mi abuela hacia un verdadero rito. Cada cosa en su servilleta la que desenvolvía lentamente, y lentamente salían los aromas, Arroz rojo que casi se le salía el tomate. Chiles rellenos de queso, o entomatadas, o chilaquiles. Frijoles refritos, el calor y olor de las tortillas, de vez en cuando arroz con leche o dulce de vainilla como postre. Vete por las cocas me decían. Mientras comíamos, mi abuela contaba los chismes del barrio.

A las cinco de la tarde a acomodar nuestra mercancía para cerrar, desdoblar la lona, tapar el puesto, amarrarla bien. Regresaba solo a casa, mi primo se quedaba en el billar o con los amigos. Llegaba y lo primero que hacía era ir con mi Mamá, luego me hacían renegar un rato mis hermanos. Después salir a la calle, jugar a la quemada o a los encantados si había aún luz de la tarde. Luego cenar, mi jarro de café y mis frijoles, irme a la cama que compartíamos mamá y yo. Pero antes el obligado.

-Ya me voy a dormir,
 -Vaya con Dios.
-Hasta mañana-
-Si Dios es servido”.

Dormirme tibio al lado de mi madre, con su aroma, su calor, su abrazo protector, amoroso. Para casi inmediatamente escuchar una voz categórica, ya son las siete prieto, levántate.









«NO CANTA MÁS»
 


Everardo Antonio Torres Glez.










Ya no canta la alborada, no canta más
Su voz de blanco torbellino
desgarrando miradas al espejo,
cesa en el filo de la mar, en el rosado
de luna y caracolas,
en los maderos hundidos apenas en el agua.

No cantan sus labios de neblina,
sus senos de lluvia,
sus pies descalzos y dolientes

No brota palabra en su garganta,
el viento salado del olvido
se traga la luz de sus pupilas
y con ella las dulces palabras
degolladas.






 






«BREVEDAD»



César Curiel







Tienes mi orfandad
en tu boca
y de tanta promesa
me he vuelto
golondrina.






 

«DESPUÉS DEL UMBRAL"



Edgar Sánchez Núñez

 

Lorena se miraba frente al espejo como presumiendo su blanco vestido y su hermoso tocado para su reflejo, a punto de reír calló pues supo que no estaba sola y luego volteó.

-Qué susto, menos mal que eres tú.
Alfredo sonrió.
-Te ves hermosa.
- ¿Te gusta?
-Sin dudarlo me casaría contigo.
Ella río al tiempo que una lágrima se escapaba.
-Quisiera que estuvieras aquí.
-Y lo estoy.

-De verdad me haces falta, te extraño mucho, sigo escuchando la música que oíamos juntos en la biblioteca, me siento en la misma banca que acostumbrábamos en el parque, enmarqué la foto y guardo con cariño ese llavero que me hiciste con un pedazo de rama.

Tocaron la puerta para avisar que el coche estaba por arribar para ir al templo.

-Jamás me he ido, estoy aquí porque así lo prometí, en las buenas y en las malas, ¿lo recuerdas? A pesar de todo sería tu mejor amigo y nunca te abandonaría, mucho menos en tu día más feliz.
-Te amo y si lloro es por la nostalgia de no estar cerca de ti, es el dolor de que no pude estar cuando lo necesitabas, igual que cuando me cuidaste.

-Eres y siempre serás mi amiga, no quiero que sufras, aquel día no hubo forma de que supieras algo y todo pasó muy rápido, escucha, tengo poco tiempo; al cruzar esa puerta no nos volveremos a ver.

- ¿Quéeeee? ¿Por qué me lo dices? No quiero perderte, dijiste que jamás te irías, no rompas tu promesa.

Alfredo quiso abrazarla, pero no le era permitido acercarse.

-Sé lo que dije, pero ya no me vas a necesitar, él es un buen hombre y sabrá amarte y tratarte como te mereces, yo por mi parte he terminado aquí, pues no descansaría hasta verte feliz y realizada, es por eso que debo irme a donde ahora pertenezco.

Lorena no pudo contenerse.

- ¿Qué va a pasar cuando quiera hablarte de lo que sea?

-Ese llavero será el símbolo de que estaré siempre a tu lado incluso sin que me veas, cuando hables a tus hijos de mí, ahí estaré, cuando junto a tu familia me recuerdes en los momentos felices que compartimos, ahí estaré.

Eran amigos de toda la vida hasta que una tarde de marzo, en una curva de carretera un tráiler separaba a Alfredo de Lorena, truncando así las anécdotas que se contarían cuando llegaran a la vejes.

Hoy día Lorena es feliz en la vieja casa donde vivió su niñez, sus hijos Alfredo y Lorena son inseparables y mejores amigos, cada semana va al panteón y lleva flores a tres tumbas, en la primera está quién le dio una familia y título de señora, en la otra aquel que le enseñó lo valiosa que es la vida, las maravillas de la amistad y la importancia de la familia; al final coronado por una con iniciales borrosas, aquel que desde la niñez fue amigo y confidente y le enseñó a afrontar el destino.
¿Cuántos tesoros sin valor hemos guardado con celo, descuidando lo realmente valioso? ¿Cuántos demonios hemos de crear en nuestro camino, cuantos ángeles estarán para cuidarnos y cuántos más estarán para caminar a nuestro paso?







«CARTA A UN CADÁVER»
 


Rafael Ortiz Erzeños



Me pregunto.
¿Qué habrá sido de Ti?
¿De dónde vienes?
¿Y tu familia?… 
¿Tus hijos dónde están?

¿Cuántas adversidades habrás sorteado
para que tu cuerpo,
llegara a nuestras manos?

Es cierto… el género humano es noble
ama y es amado.
Consuela y es consolado
Tú seguramente diste y recibiste
amor y felicidad
como hija, madre, hermana, amiga, amante

Ahora…. Estás aquí en la plancha fría.
mártir en el altar del sacrificio.
Nosotros escudriñamos tus entrañas
tocamos las fibras sensibles de tu ser

en el templo de tu cuerpo
para comprobar lo antes descubierto.

Te admiro María Díaz
(Porque ese es tu nombre
según el gafete metálico de tu arete).
Pensaré en ti como la maestra inolvidable
que nos lleva de la mano
a lo ignoto de la ciencia.

Gracias, muchas gracias
por permitirme abrir
como un libro tu corazón
y diseccionar tu alma.










«MAMÁ (ABORTADA)»
(Fragmento) 


 Julio César Andrade Ríos




La historia de una mujer que no fue deseada desde el momento en que nació, su madre la aborto dejándola tirada en medio de la calle en fechas frías, salvada por una perra que la alimento y le dio calor hasta que fue rescatada por la policía, que la llevaron a una casa hogar a la cual llego y en su crecimiento fue forzada a trabajar, vendiendo chicles en las calles para poder comer y vivir ahí, llega un momento en que se escapa para vivir en las calles, junto a varios amigos que se encuentra, lo que nos lleva a narrar la siguiente historia.

Ubicado en la época actual, mujer de edad 22 años, con una caja de chicles y embarazada de 9 meses.

-    Chicles, chicles, ándele ayúdeme comprando chicles, 3 por 5, si no quiere los chicles deme una ayudita, gracias Dios lo bendiga.

Chicles, chicles, 3 por 5, ándale amiguita para ahorita que veas al novio no te huela la boca… (Se enoja la compradora) ¡Huy! Perdón no fue por ofenderte uno que quiere ayudar… no me podrás ayudar con algo, lo que sea tu voluntad.

    Le dan dolores por el embarazo.

    Ya falta poquito para conocerte no te quieras adelantar, ¡ah! Ya sé que es lo que te hace falta verdad, si a mí también me hace falta, pero hoy no he vendido nada, así que aguántate un poquito más para completar un pan.

    Hay corazón como me haces sufrir, esto no sabía que dolía y eso que aún falta lo más doloroso dicen, sabes te voy a contar la historia de mi vida, la has de conocer porque vienes dentro de mí, pero más vale que la escuches por mí que por cualquier otra gente chismosa que nomás está viendo que hace uno o deja de hacer.

    Todo comenzó hace un poco más de 22 años, yo ni en el mundo me contaba, pero también fui concebida supongo que, por amor, yo tuve un papá y una mamá, sabes esta parte siempre la imagino con mucho amor y color de rosa, sabes que por amor somos concebidos, así como tú, porque yo me enamore mucho.

Creo que a mi Mamá la quisieron más, porque estoy muy bonita, (sonríe) ya me veras cuando nazcas y te enamoraras de mi (sonríe), por eso me gusta imaginarme que fui concebida con amor, y así fue algunos meses mucho amor entre los dos, hasta que llego el día que se supo que venía yo en camino, ahí cambio todo, esto no lo sé nomas te lo digo por imaginarnos algo bonito.

    Él abandonó a mi mamá, porque nomas quería tenerla a ella y como ya venía yo, la quiso obligar a abortarme y ella no quería, porque esto de ser madre es algo que no se puede explicar, es un amor inmenso saber que crece vida dentro y que una como mujer es responsable de que este todo bien.
  
 Así fue como se quedó sola, y anduvo como nosotras batallando para alimentarse y al doble,
vendió chicles como yo, se levantaba temprano para vender el periódico, era luchona mi viejita. Cuanto no ha de haber sufrido ella sola sin apoyo de nadie, pasando hambre y humillaciones que todo mundo la viera raro, como un objeto como basura, pero al fin de cuentas salir adelante.

    Los últimos días del embarazo son los más difíciles, no podía caminar, seguro, y los dolores más seguido, ¿sabes que creo?, que por la falta de comida ella ya no tenía fuerzas, y el día que me trajo al mundo utilizo las que le quedaban y por eso murió.
(Pequeño silencio, y llora sin fuerzas) […]





«CANTOS SUICIDAS»
 



Lucero Mercado



I

La oquedad de unos pasos
negra es la angustia,
solo el olor a sangre
que predomina alrededor.


cabellos en el piso,
entre los dedos.
Sonrisa mueca
clavada en cada molécula.

Cantos suicidas:
.
Ríos
montañas flotantes,
mares violetas,
guitarras fragmentadas,
.
Disonancias devoradoras de la inocencia.










II
Palabras lascivas,
envenenadas:

¡Olor a perro muerto!
Odio y miedo.
Intento revertir el tiempo:
En el nombre del Padre
y sus demonios
Pecado mortal.
¿Por qué?
Sangre encarnada
devoradora de vidas
aguijones en las pupilas.



Comentarios

Populares