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Textos Grito de Mujer 2018-Jaén




LA HERENCIA DE MI MADRE

Cuando nací me regalaron dos mochilas. Una era herencia de alguna mujer de mi familia, que hacía años que había muerto. La otra era especial para mí.
Crecí muy contenta con ella. Se fue adaptando a mi cuerpo, de manera que las dos éramos una sola cosa. Todas las niñas teníamos una, los niños no.
No recuerdo la edad que tenía, cuando mis padres me llamaron aparte. Querían hablar conmigo. Al principio no entendí lo que me decían, hasta que mi padre abrió la cremallera de mi mochila y comenzó a llenarla de obligaciones y prohibiciones, sólo porque yo era mujer. Mi espalda se resistía a ese peso que me cargaban y mi cabeza comenzó a decir que no. Pero mi madre, cerró la cremallera y no me dejó hablar.
Aproveché la oscuridad de la noche, para mirar dentro de la que había recibido como herencia cuando nací, para compararla con la mía. Mi sorpresa fue que las dos eran iguales. Estaban repletas de imposiciones, todas hacia los que me rodeaban. Estaban llenas de privaciones, todas referentes a mi vida.
Esa noche lloré amargamente, yo así no quería vivir. Decidí arrancarla de mi espalda. Al hacerlo, con ella se fue una parte de mí. Desde ese momento, mi familia ya no me quiere igual, he perdido al que creí mi compañero de viaje, se han quedado en el camino personas que decían ser mis amigas…
Hoy, las tengo a las dos en una vitrina de mi casa. Todos los días las miro para recordar cuál fue mi pasado y seguir luchando, por un futuro libre de mochilas de madre para sus hijas.      


                                           

Alicia Hortelano Nuño










LA HERENCIA DE MI MADRE

Cuando nací me regalaron dos mochilas. Una era herencia de alguna mujer de mi familia, que hacía años que había muerto. La otra era especial para mí.
Crecí muy contenta con ella. Se fue adaptando a mi cuerpo, de manera que las dos éramos una sola cosa. Todas las niñas teníamos una, los niños no.
No recuerdo la edad que tenía, cuando mis padres me llamaron aparte. Querían hablar conmigo. Al principio no entendí lo que me decían, hasta que mi padre abrió la cremallera de mi mochila y comenzó a llenarla de obligaciones y prohibiciones, sólo porque yo era mujer. Mi espalda se resistía a ese peso que me cargaban y mi cabeza comenzó a decir que no. Pero mi madre, cerró la cremallera y no me dejó hablar.
Aproveché la oscuridad de la noche, para mirar dentro de la que había recibido como herencia cuando nací, para compararla con la mía. Mi sorpresa fue que las dos eran iguales. Estaban repletas de imposiciones, todas hacia los que me rodeaban. Estaban llenas de privaciones, todas referentes a mi vida.
Esa noche lloré amargamente, yo así no quería vivir. Decidí arrancarla de mi espalda. Al hacerlo, con ella se fue una parte de mí. Desde ese momento, mi familia ya no me quiere igual, he perdido al que creí mi compañero de viaje, se han quedado en el camino personas que decían ser mis amigas…
Hoy, las tengo a las dos en una vitrina de mi casa. Todos los días las miro para recordar cuál fue mi pasado y seguir luchando, por un futuro libre de mochilas de madre para sus hijas. \



                                                
Alicia Hortelano Nuño


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AGUJERO DE ESPUMA


La crueldad detiene el motor. El bote de combustible vacío y los kilómetros calculados. A la deriva. La desesperación se aferra con uñas a la impotente luna.
Sus ojos negros y sus diez semanas se resguardan del frio húmedo, acurrucada entre las telas de cien colores. El golpe de una ola arranca a Sahira de los brazos de su madre. La ve desparecer en el agujero de espuma que la engulle. Salta tras ella pero la sujetan cuatro manos que soportan la mordedura de su dolor y de su espanto. Un grito. El aullido penetra la boca salada del océano y va a fundirse con las mil estrellas que pueblan la cúpula negra.
Noche de San Juan. Las hogueras, la fiesta y el alcohol se adivinan desde la patera.



Carlos Peris Viné



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MEDIOCRE, DE POCO MERITO, TIRANDO A MALA.

Introducción

Palabras. Estamos rodeados de lenguaje, de narraciones, de frases, de verbos, de adjetivos, de frases, de narraciones. En gran parte estamos hechos de carne y también de palabras. Palabras. Unas, la mayoría, igual que se pronuncian, se van, se diluyen en el aire. Pero algunas pueden marcarnos a fuego, se nos pueden enroscar en las entrañas y desde ahí imponérsenos.
Frases hueras del político en campaña electoral o del vendedor de sonrisa prefabricada. Términos palpitantes confesados a la amiga íntima en el desahogo regado de llanto o en el feliz recuerdo compartido mientras nos besamos.
Te levantas de la cama por la mañana y cuando tropiezas con tu pareja en la cocina, tu máscara, automáticamente, dice un “buenos días” maquinal e intrascendente.  Pero el día de tu boda dijiste “sí quiero” ante el juez y se abrió un nuevo capítulo en el libro de tu vida.
Palabras que polarizan nuestra atención, que nos hipnotizan. Que son pronunciadas en el momento propicio, cuando la conjunción de los astros es la oportuna o cuando el gran Hado lo decide. Algunas pueden ser mágicas y nos animan y dan poder. Pero otras, otras… se hacen malignas y nos hieren y nos debilitan y caen sobre nosotros como una pesada losa, como una auténtica maldición… ¡Cuidado!

1

Sucedió a finales de abril, un martes, pasados unos minutos de las doce de la noche. Estela, trece años, hija única y mimada, se había quedado dormida en un sillón de la sala de estar. Su madre, Pepa, le insistió para que se fuera a la cama. Ella se hacía la remolona. ¡Se estaba tan a gusto allí, enroscada sobre el mullido asiento! Su mente se encontraba en un estado intermedio entre el sueño y la vigilia, un momento que dicen que es propicio para el trance, para raros fenómenos de conciencia.  De fondo, en la sempiterna televisión ronroneaba un estúpido concurso, constituyendo así el fondo sonoro sobre el que hablaban los padres de Estela.
Mientras recogía los platos de la cena, la madre, enfadada con su hija, decía que estaba ya cansada de tener que forcejear una y otra vez con la niña para que se marchara a dormir, que no lo hacía las horas suficientes y que por eso luego no rendía en el colegio. Él padre, sentado orondo en su mullido sillón, le respondió que después de todo no había tenido malas notas. Entonces la madre pronunció una frase que no tenía nada de especial, ni en el contenido ni en el tono.
-No, no ha tenido malas notas, pero tampoco buenas. La verdad es que Estela es una estudiante del montón. No es que parezca demasiado espabilada. Es… como decirlo… es… una estudiante mediocre. Sí, esa es la palabra adecuada. Mediocre. Y no sólo en los estudios…
“Mediocre”. Estela tuvo un levísimo estremecimiento al oír esa palabra.  En su duermevela, le pareció un vocablo feo, que sabía a…a rancio. Pocas veces la había escuchado, nunca le había prestado una especial atención. 
Pepa volvió a zarandear a Estela y,  esta, medio sonámbula, fue a acostarse, con la maldita palabra reverberando en su cabeza.

2

Al día siguiente, Pepa la despertó, metiéndole prisa para que no llegara tarde al instituto. Estela no recordaba lo que había soñado pero sentía un malestar sordo, una sensación desagradable. Y en cuanto su mente aterrizó en el nuevo día, se le apareció, rotunda, pesada, la palabra tóxica: “mediocre”. Sí, su madre había dicho que era “una estudiante mediocre” … así que era, era…  una persona mediocre. Eso, alguien del montón. Sosa, gris, nada brillante. “Mediocre”. ¡Qué mal sonaba la etiqueta que le había puesto su madre! De un salto se levantó y buscó, entre el desorden de su libros, el diccionario. De fondo se oía la cantinela de su madre sobre su tardanza. Pasó las páginas, impaciente.
-Mediocre. (Del lat. Mediocris). adj. De calidad media. 2. De poco mérito, tirando a malo.
“Tirando a malo”. Rápidamente fue al baño y cuando se miró en el espejo, escudriñó como jamás había hecho su cara, que exhibía un gesto de desagrado, casi de asco. Sí, era poco atractiva. Esa pequeña asimetría de la nariz. La minúscula cicatriz en la mejilla. Esos barrillos. Los labios algo resecos. No, no era guapa. Tampoco muy fea. Pero tenía poco pelo, los ojos eran algo saltones, los labios demasiado gruesos. En fin, que su cara era mediocre, como lo era su capacidad de estudio… como su cuerpo, pues no podía negarse que tenía las piernas algo cortas y el culo más bien gordito.
- He aquí alguien mediocre –murmuró muy bajito mientras parecía saludar a la nueva versión de Estela que le miraba desde el espejo, algo más fea que de costumbre.
Un chillido de su madre cortó el hilo de su pensamiento. Salió rauda del baño.

3

Estela terminó de vestirse y terminó de tomarse la pequeña botellita de batido por el camino hacia el instituto. En la esquina de siempre estaba Mari, su amiga, esperándola impaciente. Estela pensó que tampoco Mari era guapa. Más o menos como ella, la verdad. Pero, pero… sí, tenía una sonrisa muy bonita, que reflejaba una alegría auténtica, contagiosa. No como la suya, que no tenía encanto. ¿Pero qué encanto podía tener la sonrisa de una persona mediocre? ¿Y no pensaría a veces Mari, todas sus compañeras, que realmente ella era sosa, sin gracia…? Sí, tenía un nombre bonito, incluso rimbombante: Estela. Estelar, de las estrellas. Sonaba a actriz. No como su madre. ¡Qué vulgar suena lo de Pepa! Bueno, aunque realmente se llamaba Josefa… que tampoco es que fuera muy bonito. Claramente Estela era más bonito. Estelar, de las estrellas. Pero ella no daba la talla. La Estela de carne y hueso era alguien gris, mediocre, que sacaba notas regulares y que desde luego no sería elegida en un casting para salir en ningún anuncio de televisión. Mari… Mari pues sí, podría hacer publicidad de un dentífrico.
- ¿Tía, que te pasa? Parece que estás rayada –le espetó su amiga.
Estela sacudió casi imperceptiblemente la cabeza, intentando poner punto y final a su rumiación mental. Y lo hizo diciéndose interiormente otra frase que surgió así, sin más.
-No hay que darle más vueltas: soy mediocre… ¡y amén!
“Amén”. ¡Vaya palabrita que había salido ahora! La había estudiado hace poco en clase de lengua. La decían mucho los curas y significaba “así sea”, pero también se empleaba para poner punto final a una discusión. El veredicto estaba claro, pues: era mediocre, de poco mérito, tirando a mala… ¡y ya está! ¡Amén!
-Oye, Mari, ¿no te ha pasado alguna vez que se te ha metido una palabra en la cabeza y no hay manera de quitártela de encima? Como una obsesión o algo así.
- ¿Qué? ¿Qué dices? –espetó su amiga con exagerada cara de asombro-. Tú lo que estás es tonta…
“Tonta” …


Coda

1
Diez años después Estela estaba trabajando en una tienda de ropa. Julia, la vieja y amargada dueña, la insultaba y, obligaba a hacer tareas absurdas desde hacía un tiempo, pues quería que renunciara a su contrato para no tener que pagarle la raquítica indemnización por despido establecida por la ley.  En el sindicato le habían dicho que denunciar era inútil o hasta contraproducente si no podía probar el maltrato psicológico. Estela tenía ansiedad y estaba desmoralizada. 
El médico de la Seguridad Social la derivó a una psicóloga.  La amable terapeuta le comentó que, en su caso, el trabajo era como una guerra y resistir era ganar. El tiempo estaba de su parte, pues cada día transcurrido generaba salario, cotización y vacaciones, que era, en fin, una pequeña “victoria”. Ya se las ingeniaría para lograr que alguien testificara o grabar las vejaciones.  La psicóloga le insistió en que evitara caer en la trampa del pensamiento “derrotista” y  en que se buscara un buen “escudo mental”. Escudo… le llamó la atención esa palabra.

2

Aquel día Julia, aprovechando el que encontró a Estela sola en el pequeño almacén de la tienda, cerró con llave la puerta y siguió con su campaña de psicoterrorismo.
-¡Inútil!. Has colocado el género de la mesa de los jerseys fatal. Estoy harta de ti. Eres la más tonta de todas. So torpe.
“Mediocre”. La maldita palabra apareció de nuevo en la mente de Estela. ¿Qué podía esperarse de alguien mediocre? Pues que no fuera capaz de defenderse del maltrato de una arpía como la que estaba insultándola. Llena de ira, Julia incluso levantó el puño derecho para hacer el amago de descargar un golpe sobre su llorosa víctima. Esta, instintivamente, se protegió con la mano izquierda abierta, a la manera de escudo.
- “Escudo” – pensó Estela. Y se imaginó que en su brazo tenía uno redondo, de gruesa madera, que paraba el golpe que le asestaba la maldita Julia, que soltaba un horroroso grito al destrozarse la mano contra su defensa. Y un esbozo de sonrisa se abrió en la cara de Estela.
- ¡Si serás estúpida que hasta te ríes! ¡Realmente eres tonta!¡O masoquista!
-Si tú supieras lo que tengo en mi mente, bruja –pensó Estela, regodeándose en su fantasía.
Al ver que continuaba la expresión de agrado en la cara de la muchacha, Julia no pudo controlar su ira y dio un grito.
- ¡Ahhhhh!
Estela la miró fijamente y se irguió. Julia se quedó paralizada, con una ridícula expresión de sorpresa en la cara. Contrajo un poco su cuerpo. Se oyó que alguien forcejeaba con la cerradura y que al no poder abrirla golpeaba en la puerta.
- ¡Julia, Julia! ¡Por Dios! ¿Te ha pasado algo? 
Era la voz de Mari, también empleada en la tienda. Estela dijo, lenta y enérgicamente:
-No pasa nada. Estamos teniendo una conversación de trabajo, eso sí, un poco… tensa. Sí, eso es, tensa. ¿Por dónde ibas?
Y mientras Julia seguía como petrificada, Estela sacaba el teléfono móvil de su bolsillo, activaba la función de grabación de vídeo y lo interponía entre ella y la acosadora.
- ¿Qué es lo que me estaba diciendo, doña Julia? –dijo, mientras en su cara se reflejaba una actitud de decisión y una sonrisa.
La jefa seguía bloqueada, y, perpleja, dijo, balbuceante, mientras abría la puerta del almacén:
-Nada, nada. Ya volveremos a hablar.
-Primera victoria –pensó Estela, sonriente. Otra palabra a la que nunca había prestado atención pero que le sonó como algo fresco, nuevo. “Victoria”.

Antonio Miguel Quesada Portero
Psicólogo Clínico.

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LAZO ROSA

Tu príncipe cambio tu Risa por Llanto, y su color Azul, !!  por Negro Cobalto…

Toda una vida cuidando su pequeña cosa., Regaban de mimos el Jardín con su Flor llena de olor..., Su Princesa.!!   En su Jardín de Ilusión y Plantas de Inocencia .. creció su Rosa.

Un canalla pisoteo el Jardín de Armonía... sus Plantas, que tanto perfume desprendía… Todo lo convirtió... ¿¿como un jarro de agua fría.?? En un Rostro Triste... y unos Ojos sin Alegría…

Como caballo de Atila todo destruido,.. Toda una vida Segada...
Sombra y 0scuridad sobre un Amanecer que Deslumbraba,.. que solo quería Amar,.. Que solo quería ser Amada…

Un Padre con el rostro y los ojos pétreos por la Indignación… Pasan las imágenes una tras otra…. denuncias,, ordenes de alejamiento,, y minutos de silencio. Qué más da,.. otra mujer Asesinada otro número más...

A la madre de ojos sin lágrimas.. por tanto llorar,!! le han cortado su pequeña Flor,.. Sus Pétalos llenos de Fragancia y Vida se han marchitado.., Un maltratador a su pequeña Rosa.. la Vida le ha segado…


Alejandro Vico Alonso.



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Madre por encima de las cosas

Me gustaría acordarme de mi estancia
en tu vientre madre, en tu vientre
me hubiera gustado haber podido.
Concentrar los recuerdos,
En tu vientre madre, en tu vientre.

Seguramente, el mundo hubiera cambiado
y entenderte madre, fuera del cariño,
en los anales del tiempo madre,
mi mejor símbolo.

Y por nacer hombre veo, grietas en la roca
y no lo entiendo, pero sé que te amo
por tu inmensidad, pariéndome sola.

Son sentimientos manados de tu cuerpo
desde tu vientre madre, desde tu vientre.

Ya ves, lo perdido que estoy madre
aunque confiando en tu fuerza madre siempre
al caminar al lado de tu mejor viento
aprendiendo de ti, los sueños y el significado
del amor inmenso.

¡Cuántas cosas me gustaría saber
y sentir igual que tu madre, cuántas!
Para poder desterrar la violencia,
que el hombre ejerce sobre la mujer,
posiblemente, solo por ser mujer.
¿Quién marcaría la diferencia
entre los dos sexos madre?
Si tu eres, el milagro de la naturaleza.

¡Como me hubiera gustado haber tenido conciencia!
En tu vientre madre, en tu vientre.
Sabes, esta noche voy a taparme con la vivencia
de todos los años contigo, perenne como las rocas.

23/2/2.018
Autor: Eufrasio Navarro Fernández

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DICEN

Dicen que vive solita
Y que nunca quiso hablar
De los problemas que tuvo
Al quedarse embaraza

Dicen que van comentando
Que le propuso abortar
Y aquello fue para ella
Una mala puñala

No quiero tu poderío
Porque ella vivirá
Para llevar mis apellidos
Y de ti nunca sabrá

Preguntas que van surgiendo
Que no puede responder
Como de la mala hierba
Hierba buena va a nacer
Tiene diecisiete años
No para de preguntar
Observa atenta a su madre
Haber que le va a contestar


Quiero saber madre mía
Cuando me vas a decir
Quiero quitarme estas dudas
Que no me dejan dormir
Quiero saber madre mía
Dime mi padre quien es
Será un príncipe o un truhán
O una persona de bien

Tuvo la culpa una noche
Cuando perdí la razón
Con la luna por testigo
Le entregue mi corazón

Y me iba proponiendo
Como si fuera normal
Todavía estas a tiempo
Si quisieras abortar

No me cuentes madre mía
Porque no quiero pensar
Que mi padre sea el hombre
Que te propuso abortar

El fruto de aquella noche
Fue el rayo de mi ilusión
Para quitarle las penas
A mi pobre corazón




 Juan Antonio Noguero  

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LA MADRE


Mujer, antes que todo tú eres madre.
Dichosos los que todavía la tienen
gozando de su calor en páramos
de penuria, olvidos, soledades.

Alegría grande en los ojos dichosos
de quien aún puede abrazar a su madre;
nadie como ella nos comprende siempre,
siempre, a pesar de las adversidades.

Amor sublime, desinteresado,
puro, traspasando sutil el tiempo
e impregnando nuestros corazones
de alegría, risas cariño y risas.

Salta de alegría si vive tu madre;
huérfano, sin la mía yo lloro triste.
Ella alumbró mi vida de colores,
y alentó con fuerza mis ilusiones.

Siempre en su rol con los hijos, la madre,
cubriendo devaneos, poniendo parches,
aplacando las sanciones del padre,
escudo de su prole y la barbarie.

¡Ay!, quien te da tanta fuerza a ti mujer,
para proteger lo insalvable, roto,
lo abandonado que no quiere nadie;
lo pariste tú y quieres aún salvarle.

Recordándola mi alma se serena,
mil imágenes en mi mente vuelan,
su mirada plena me acariciaba,
su pérdida, a mí el aliento me ahoga.

¡Vientos fuertes, rayos y tempestades,
que nadie hable nunca mal de mi madre!
Que el Todopoderoso la acoja,
y en la tierra blanda, en paz descanse.



Manuel Ochando (Muhâmmad)



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“MADRE”




Madre, que acunas
en tu regazo un aliento de amor y ternura.
Madre, que con tu calor
arropas la sonrisa de esa niña que fui.
Madre, que con tus manos hoy arrugadas por el paso
del tiempo, encontré el hueco de suaves caricias
en mi primera piel.
Madre, que con el brillo de tus ojos
hice que tu corazón
latiera con mi primera sonrisa.
Madre, que con la fuerza de tu pulso
y el calor de tu corazón,
me llenaste de vida y distes sentido a mi existir.
A ti madre, que colmas con tus
abrazos a este pobre corazón.

(En memoria de mi Madre Ana Piedra, a la que tanto quise y también a la que tanto amé)

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ENCARNACIÓN SÁNCHEZ ARENAS




“A MI MADRE DOLORES ARENAS HUERTAS”


He surcado mares que buscan la desembocadura de tu río,
seguro, apacible, confiado en su curso fluvial.
He conocido contigo la autogestión drástica de las circunstancias
que me han ayudado a sobrevivir.
Tu letargo me muestra el abrazo lleno de ternura que muestro al planeta.
Perdiste miles de horas conmigo desinteresadamente
en el crecimiento de mis intereses sociales y culturales.
Yo crecía, y tú, a la sombra, conmigo también.
Me acurrucan tus caricias
que me hacen tocar el mundo en busca del amor constante de mi marido.
Tu legado es la herencia de una sociedad más humana y justa.
Me pariste, con dolor empático, y sufro ante el dolor de los demás.
Los olivares de nuestro pueblo
encorvan su cintura y caderas ante el trabajo que me dio de comer.
No me faltó plato de cerámica, ni alimento abundante y próspero.
Preparas una receta de comida ante las horas tan perdidas
en el sabor del placer y deleite de la vida y cuidas de no indigestar
las ideas de los pensamientos que comulguen correctamente con las emociones.
Agua cristalina,
flor de almendro,
rubí de azahar,
letargo próspero,
caricia sublime,
beso limpio,
jazmín de la alameda,
sombra del olmo,
sol entre tinieblas,
luz ante los miedos.
El día que me muera, en la eternidad, quiero volver a tu letargo y regazo materno.



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MADRE

Las raíces de tus entrañas
Dan cuerpo a la vida,
Floreciendo en tu tronco
Halos de sentimientos eternos.

Siempre enseñando a vivir, a soñar,
A pensar para que otros vivan,
Sueñen y piensen en volar por sí mismos.

¡Siempre madre, siempre!

Tu corazón susurra placidas olas emocionales
Que envuelven en una melodía divina.

Siempre la vida insignificante a tu lado es grande,
Buscando el amanecer que ilumina el día.

¡Siempre madre, siempre!

Hilvanando momentos te has entretenido,
Para crear historias que en silencio has sufrido.

Siempre buscando un sentido
Al cómo, al cuándo y al tiempo consumido
Que hace crecer los sueños compartidos.

¡Siempre madre, siempre!

Cuando la tierra te arrope
Como tú arropabas a tu niño,
Entonces ahí estaré llamándote madre,
Siempre, siempre. 



Juan Costela Serrano


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ALGUNA MUJER





Llegará el día,
con tu risueña ceguera
y una escarcha de estrellas
en las manos,
en que bruto
devore tus entrañas,
esas que le diste
en dulce hogar;
en que ufano
de marchitar tu corazón,
intuyendo
el haber pisoteado
tus momentos mejores,
persuadido
de haber robado
tu cálida sangre
y ajado,
sin miramientos,
tu altiva alma:
cual vieja carga,
de ti se alejará.

Para entonces...
ya tu mar
no será mi mar,
encaje de plata y seda,
y tus lágrimas
solamente serán tuyas.




Juan B. Serrano Cueva.
Poeta de Jódar, residente en Granada.


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La crueldad detiene el motor. El bote de combustible vacío y los kilómetros calculados. A la deriva. La desesperación se aferra con uñas a la impotente luna.
Sus ojos negros y sus diez semanas se resguardan del frio húmedo, acurrucada entre las telas de cien colores. El golpe de una ola arranca a Sahira de los brazos de su madre. La ve desparecer en el agujero de espuma que la engulle. Salta tras ella pero la sujetan cuatro manos que soportan la mordedura de su dolor y de su espanto. Un grito. El aullido penetra la boca salada del océano y va a fundirse con las mil estrellas que pueblan la cúpula negra.
Noche de San Juan. Las hogueras, la fiesta y el alcohol se adivinan desde la patera.



Carlos Peris Viné






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