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Poemas Grito de Mujer 2018-Logroño





MADRE 

……..

Nació un 11 de enero. Fecha de nieve y frío. Fecha, en aquellos años, de cepas crepitando en la cocina y carbón vegetal (cisco en mi pueblo) que daba un tinte rojo,  e importante tal vez,  al humilde brasero.

Nada recuerdo de ella – se nos marchó muy pronto – pero a través de aquello que yo misma he forjado y de algunas anécdotas que me fueron contadas,  he compuesto su imagen esencial (la real la aportan las fotografías) y hasta le he dado voz para, en momentos de íntima reflexión, sentir que está muy cerca. 


Su rasgo principal, aquellos que le conocieron lo sostuvieron siempre, fue la bondad intrínseca que, a través de sus actos, fluía al exterior. Ese, junto al amor intenso (también me lo han contado) que sintió mientras pudo por mi hermano y por mí, fue el boceto empleado para, a través de él, crearle identidad y transcribir su emblema.


En las manos le he puesto los nidos de caricias que se llevó escondidas. Las que soñó aportarnos y no pudo ofrecernos. Y en sus ojos, tan jóvenes y tristes, el mirar dulce y tierno con que las madres miran.


Se fue cuando su vida en plenitud, y sus pequeños hijos, le exigían quedarse. Se fue con las entrañas desgarradas. Con el dolor prendido. Con un ¿por qué? constante sostenido en los labios. 


¡ Qué pena no tendría!  ¡ Qué pesar no heriría su  atribulada frente! ¡Qué horribles tempestades no hurgarían su vientre sabiendo que partía hacia lo eterno dejando sin cobijo y sin amparo a sus pequeños hijos. A sus grandes tesoros. (¿acaso puede haber algo peor para una criatura que el crecer sin los mimos y cuidados de quien le dio la vida)?


Siendo madre como yo lo soy, nada cuesta imaginar lo que sufrió la mía sabiendo que la vida se le iba sin remedio y que sus hijos, niños, quedaban sin su ángel protector, sin su preciada guía, sin la cálida mano que aliviara sus fríos, sin los brazos amantes que acogieran los miedos. Sin besos. Sin caricias. 


El que los ingresos hospitalarios mantuvieran a mi madre durante largo tiempo alejada de casa, consigue que,  las imágenes reales que en situación propicia hubiera conseguido mantener, se pierdan en las sombras del olvido. Las que conservo intactas –lo presiento- parten únicamente de mi imaginación y fueron construidas tras lo mucho escuchado de aquella mujer buena,  trabajadora y ejemplar que fue mi madre. 


Conservo una tarjeta caligrafiada escrita por mi padre en nombre de mi hermano y mío (en  aquella fecha contaba yo tres años y mi hermano poco más de uno) que dice lo siguiente: En el día de tu santo/ cae nieve muchos años/ pero el corazón de tus hijos/ arde como en el verano/ por felicitar a su madre/ el día de su cumpleaños/.Firmado, Esthercita y Paquito. (Transcripción exacta


Hoy soy yo – convencida y adulta – quien le expresa cariños. Quien le envía recuerdos. No pude conscientemente conocerle. Pero alguno de sus besos habrá quedado en mí. Tal vez su gran ternura permanezca en mi cuerpo. Y hasta ¿quién sabe? acaso un genio alado, generoso y gentil (¿para qué están los sueños?) me haya traído a veces, revestidas  de abrazos, sus maternales y amorosas brisas. 


Esther Novalgos Laso- 11 de enero de 2010


Posdata – (Dirigida a ella) Algo de ti, quiero creer en ello, pervive en mí. Tal vez, de tu entidad, parten mis versos. 

En fecha hoy especial, en la que honramos la figura de las madres, me voy a permitir una licencia hermosa que la vida me impidió expresar. 

Hoy me dirijo a ti con la palabra inmensa que no pude decirte. Hoy, con el corazón desgarrado y el alma a flor de piel, necesito gritar, gritar, gritar, más bien, GRITARTE: 


Madre. Madre. Mamá. Te quiero, MADRE. 


15 de marzo de 2018

Esther Novalgos Laso








El ECO DE TUS PALABRAS

 Para ti madre

Abrazarse al génesis de la emoción.


Construir una pirámide en las sombras

alzando el arrullo del corazón

hasta la bóveda estelar,

ser del fuego

y del viento

ser espora que juega al deseo vital.


Siempre presente en la espiral

en el torbellino del recuerdo,

progenitora del teatro de los sueños

Pilar que sustenta la quietud de la noche

donde perderse en la fragancia delirante 

de poderosa libertad.


Recomponer los vestigios de una sonrisa

caminando entre valles de neuronas inconexas,

levantarse en la derrota

elevar el espíritu borroso

de esta perpetua lluvia, 

levantarse en los filos extenuantes de la mañana

para acallar los gemidos de dolor

y trazar un presente de lucha.


Camuflada en el brillo de mi muñeca

sencilla armonía 

sencillo verso

como el del brillo de tu mirada

custodiando los designios del embrión del amor.


Abrazarse a la vida….

Gonzalo San Idelfonso Rioja.


POEMA A LA MEMORIA DE MI MADRE



Hoy me faltan, mamá, palabras que decirte.

Tu hijo, el poeta, está, como tú, ausente.

Hoy no sé yo a qué mesa sentarme

ni si estará en sazón el alimento. 

Tan poco a poco te fuiste, mamá,

que se te esperaba allá en el horizonte

con un breve lamento,

con calma astral,

con delicado gesto.


Habías elegido, mamá, tu propia estrella

para vivir tranquila tras la muerte.

La observo y me digo por qué no,

allá estás tú, mamá, ya sin fatigas.


Que el bien que hiciste te sea remunerado

a espaldas de las miradas de los hombres.

Pues eras tú, y eran tus cuidados,

tus gestos, tus acciones,

el tesoro.

Era el cuento contado por la noche,

el embozo correcto,

el beso fugitivo,

la reprensión amable,

el quedarse dormido:

el tesoro.

Y también tu caja de costura,

tu libro de recetas de cocina,

tu cantar en el patio,

tu compañía alegre para todos:

el tesoro.

¡Son tantas las cosas que se han ido contigo!


Mas también permaneces en tu estrella, ya dije,

por qué no, pródiga en luz,

señal en mar y en tierra

a perpetuidad, a diario.

Allá estarás, más allá del olvido,

bien a resguardo de la acción del hombre,

en tus manos las cosas que perdimos,

en tu mirada protección y hondura.

En esa estrella, mamá, sé venturosa,

entrégate al descanso, sigue nuestras andanzas,

ríete del desvarío humano, no te agotes,

haz todo lo bueno que no pudiste hacer aquí,

y nunca tengas miedo, mamá, nunca tengas miedo,

vuelve a ser niña ociosa

sin más preocupación que lucir

y contemplar en su majestad

la terca vastedad de cielo

donde también aquellos que dejaste atrás

tienen su sitio.

Txisco Mandóman



“Cuando no sabía 
aún que yo vivía en unas manos
ellas pasaban sobre mi rostro y mi corazón”
Caigo sobre unas manos, Antonio Gamoneda




LA MERIENDA


A mi madre


Las manos de mi madre caían al entrar la tarde sobre una máquina de coser que funcionaba a golpe de pedal. Mi merienda era un empeño por imaginar el futuro, un constante querer crecer hacia el siglo para el que se vaticinaba una tecnología de naves espaciales. Al salir de la escuela, tras las conversaciones de mocitas en las que se narraban las historias de amor y las de piel de las películas prohibidas, su máquina de coser era capaz de confeccionar el vestido del consuelo para el desamor que humedecía los dos rombos del cine. Ahora, en los días tristes en los que me escondo, como todo el mundo, detrás de la cortina de la vida alegre, me voy a aquella realidad de latidos de pedal y de ilusión de bocadillo, de vino con azúcar en el pan que se besaba, de labios sanadores que sabían a fresas. Crecí, y recién estrenada de madre (como suele decirse) acurruqué el final del verano y mi cabeza en sus rodillas, en sus rodillas de costurera que podían zurcir una y otra vez las grietas de la vida y hacer consuelo para la cruel tecnología que se presenta de golpe, para la muerte y sus dos rombos, para el lado oscuro de las ilusiones. 

Las manos de mi madre caían al entrar la tarde sobre una máquina de coser que funcionaba a golpe de pedal, como la vida y sus quehaceres, los quehaceres de unas mejillas que se besan como al pan, que nunca se abandonan. 










Lourdes Cacho Escudero




Mi madre



Mi madre es pequeña y suave.
Suave cuando camina nerviosa,
como un pájaro en movimiento,
con sus pies que apenas rozan el suelo
acudiendo presurosa
a darnos ayuda o consuelo.
Mi madre es suave cuando habla
y nos cuenta aventuras
de su niñez y de la nuestra
y nos relata los mismos cuentos
que cuando de pequeños
nos encandilaba con sus historias.
Mi madre es suave cuando toca
y nos acaricia incansablemente
y en silencio y nosotros dormitamos
abandonados al placer de sus dedos.
Mi madre es suave cuando mira
y sus ojos verdes se llenan
de chispitas de oro
y en el pozo de sus pupilas adivinamos
penas y alegrías y lejanos recuerdos
depositados allí, como tesoros.
Mi madre es suave,
mi madre es como de seda.









Julia Baigorri Jalón





De esta raíz caliente vengo yo.
TODO vengo
de estas calles que imagino
bajo el labio hirviente del verano:
territorio de niños y terrazas
He estado aquí, sí, en medio
de esta epifanía de libélulas que es la noche
en estas calles.
Rutas antiguas que son mi madre chica
y su valle pleno de lunas minerales,
madre cuyo tacto es un viento de caléndulas
hacia el ajedrez violento de los días,
ánforas que me contienen.
He vivido aquí algún tiempo, como viví
en tus brazos mi cuna y luego nada.
Ay, niña mecida de piedra y polvo y canto, niña
en cierto modo despojada madre
Como callaste tu nostalgia
en tu destino de norte y aguacero,
como entonces tú callabas,
callo ahora pero digo:
que jamás pude marcharme, que no he podido
del todo deshollar el adoquín de mi paso leve
por tu noche, o no transitar de tanto en tanto
calle real, pozo viejo, plaza de la iglesia,
todas tus manos sobre mi cuerpo breve:
así te echo de menos.
No pudiste, tú tampoco, marchar sin nada.
Llevaste un hogar antiguo de cielo abierto
en tus manos, un concierto de copla y abanicos
desordenando el aire y mis cabellos.
(Ven, respira sobre mis párpados
abiertos, ama, ven y respira.)
Yo también estuve aquí, y nací también,
y transité el interior azul
de tus alas, -oh despliegue de péndulos
en la madrugada de los adolescentes-.
Son mis lóbulos un repertorio de sepulturas y cunetas,
de nanas y fermentos en los arrecifes verdes del agua,
hay un cántico de algas en este mapa de corales
que es mi boca, mi boca torpe, que apenas habla.
(Pero
tu voz la canícula suave de septiembre
la metamorfosis del carbón, su catarsis.
Cóncavo como un útero de luz y vegetales
tu vientre, ama, se parece tanto a esta ciudad
que aún te contiene, tanto a todas sus estaciones…)
En cierto modo permanezco a la puerta
de tu casa, jugando en la Ribera
hace sesenta años o precipicios,
porque yo ya estaba aquí,
contigo,
niña,
madre,
como ahora estoy en la pálida carne
de tu infancia y su temblor
de levadura y brasa.








JULEN GOSSIP





LUCHADORAS DE SEDA





Tienes que verlas, ausentes de voces,
rostro abajo y huérfanas de luz.

Tienes que verlas, apesadumbradas, temerosas, ciegas.
Como animales amputados, trabajan el juramento de madre.

Heridas de muerte, arañan las noches. Todas ellas sienten las uñas
de su llanto híspido. Tienes que verlas.

Con la atadura de un nuevo amanecer, se acarician el vientre abierto,
no encuentran nada, nada… como si la hija nunca hubiese existido.

Se levantan como aguas desnudas y se visten de piedra.

Tienes que verlas, ni un mísero soplo materno
en la boca consumada y en el dolor de madera y labios.

Y maldito bailarín de lengua oscura, en su negra danza 
rasgó la suave carne. La hija muerta y ellas vivas.

En continentes de silencio se acarician el vientre abierto,
no encuentran nada, nada…como si la hija nunca hubiese existido.


Pero sí en su abrazo roto, hondo destello

de certidumbre y locura. Luchadoras de seda.

Como animales amputados, trabajan el juramento de madre.

Tienes que verlas, tienes que verlas. 

Son el dolor del mundo.











ISABEL BLANCO OLLERO




Desaparecidos.




Me duelen los vientres paridos
el hueco ciego,
fértil la muerte
puede más,
que los besos sin respiro,
llorar y gritar  
silencio.
Solo útero
y muertos,
los desaparecidos
¡Que no queremos compasión!
¡no!
etiqueta víctima,
ni flor
quiero ver mis ojos,
abrir mi boca con su nombre;
hija
me faltas nos faltas,
en mi útero de barro.




Descuartizado.


Estas manos; piedra yerta
los días ahora son fosas,
los hombres descuartizados.
Niños; sangre roja sobre la verde hierba.
Partidos quebrados.
Ellos fabrican armas,
nosotras parimos entraña y dolor.
Ellos elevan banderas y fronteras,
nosotras parimos ombligo y dolor.
Ellos fabrican ruidos y golpes de estado,
nosotras noches de arroro y cunas y nanas.
Ellos fabrican ruinas guerras a su antojo,
nosotras parimos flor.

Amargo.







Cristina Boyacá.



MADRE




Madre pura, angelical presencia en mi vida. 

madre de sutiles y delicadas caricias,

madre que saciaste mi hambre con tu sangre,

con tu pecho, con tu pureza de carne.


Madre de oníricos cuentos, de princesas, brujas

y castillos románticos.


Madre de mi amor y mi existencia,

madre siempre presente,

madre de todos los tiempos 

y de hoy, ojalá también del mañana,

siempre, madre.


Madre que me has visto llorar y reír,

madre que eres tan mía que eres mamá,

madre de suave pelo entre el cual

mecía mis pequeñas manos. 


En tu vientre anidé, mamá, y desde entonces

la fuerza del hogar me atrae 

irremediablemente, hacia ti. 


Madre sacramento de María, cofre mágico

que has custodiado dos veces

el tesoro de la vida.


Dios te bendiga, madre.

Como luna llena en paisaje romántico

hambre tengo de ti, madre. 


Mamá te quiero,

soy tu hijo y necesito alocadamente

de ti, madre.


Gracias mamá, por todo.

A mi madre Angélica.








Santi Vivanco Sáenz




Fragmento Mujer y mar.




¡Mujer!, mujer nacida
en el mar de tu mar.
Se extienda el mar
desde la sacristía
de tus vísceras
y se anude
en los extremos
de brazos y piernas,
así quede recogido
en torno a tu figura.
Sea el sentimiento
y se tracen las cuatro
direcciones en derredor
de tu mente intacta.

La madre recita
en el pentagrama
escalas de notas
musicales átonas,
declama la joven
frases de amor
a mozos montaraces,
la niña reclama
la alondra en su
canto de voz
vibrante en el suspiro.

No deseemos únicamente
la concupiscencia
de los cuerpos sin vestidos;
ellas, las mujeres isiacas,
son la otra parte, fragante,
del disparate de la vida
en los hombres dispersos
que asolan la virtud
de la creencia pausada.
Sean el cobijo para el alma
sus agrestes espíritus.








Anselmo Ruíz.




Mi madre fue esculpida a
 base de sarmientos,
y de claveles rojos,
que colgaban de los alféizares de mi abuela.
Fue forjada con esas galletas de coco
tan racionadas,
que abrían cada capa
para alargar la dulzura comedida.
La abuela siempre fue dura:
de esos matriarcados
en los que no cabe la queja
y todos se ponen firmes,
yo creo que con miedo.
Esos matriarcados crueles
que clavan espinas
de las que no salen
en toda una vida.
Era inteligente, mucho,
pero las mujeres no estudiaban,
habían de ser buenas esposas.
Zurcir y guardar en cajones lavanda
las mantelerías bordadas con flores,
con flores sin nombres científicos,
sino de andar por casa.
Se hizo rebelde, por necesidad.
Y, al salir de casa,
rompió los moldes.
Pronto fue madre,
y quiso reponer los daños
infringidos en propia piel.
Amó con ternura,
siempre gustó de bebés cerca,
propios y ajenos.
Pronto nací yo,
y en breve mi hermana.
Mi madre,
que ya lo tuvo bastante duro,
no sabía que con el contrato
venían cláusulas añadidas
de sacrificios eternos,
con una hija enferma.
Con una herida lacerada,
que nos hizo ser una familia,
sin pretenderlo,
de Titanes.









Noemi Calvo





PIEL DE ACERO, ALMA DE MARIPOSA…





¡Cuánto sabía la pila de piedra

del dolor de tus manos!,

de madrugadas lavando ropa,

sin más techo que las estrellas

y la lluvia rociando tu espalda…


Dentro, en la cocina, la chimenea encendida,

para calentar tus manos amoratadas…


Pero a la mañana siguiente

nadie apagaba tu voz cantarina

preparando el café y el desayuno,

no se apagaba la sonrisa de tu rostro,

aunque las lágrimas te estuvieran mordiendo el alma…


Eras la medicina para la enfermedad de mi padre,

siempre entera, siempre con el ánimo en el semblante,

aunque tu fuerza se desmoronara en tus ratos a solas…


Jamás te vi llorar,

si te caíste alguna vez, te levantaste antes de tocar el suelo,

las caídas eran un lujo que no te podías permitir…


Como el día que vi la luz por primera vez,

casi pierdes tu vida, por darme la vida a mí,

pero te agarraste al mundo con esa fuerza

que siempre te caracterizó…


Pilar de pilares,

columna inamovible de fe y esperanza…


Por eso mamá, tú no eras especial,

eras grande simplemente,

incluso pudiste haber sido una gran artista,

tu mágica voz aún suena en mis oídos,

pero por suerte, solo fuiste…

¡mi madre!...









Marí Luz Arance.




MADRE, ARMA DE EQUIDAD, CALENDARIO DE BESOS.


 


Nacer niña, hacerse mujer, Diosa Naturaleza.

Singular en el todo, igual, distinta.

Y, sin embargo convertirla en fruta 

prohibida; mano y mente explotadas;

carne ultrajada; alma y corazón en olvido. 


Reivindico el derecho de ser niña, mujer

en plenitud. Amar el derecho al aire, 

la ecuanimidad, al arte, el saber, el sol.

No renunciar a la música de ser identidad.


Ser mujer, y si el tiempo llega,

 o si se elige, ser la luna de llena de MADRE

Ser Madre, y entonces, ¡oh, sí, entonces!

quitarse el pan por dar alimento, si es preciso..

Suturar una y otra vez las heridas

del corazón y rodillas de la prole. 

Y ser Mujer, y ser niña.

No ser sumisa al universo que da la espalda

a la condición femenina y nos relega, y por ello

¡oh, sí! saber que somos más trigo que hogaza


Y no  tener en cuenta si  es niño o niña

esa carne de la carne propia que educamos,

sino que serán hombre, y mujer, espejo de igualdad

o nueva torre de babel en el mañana.


Ser madre no rendir los propios sueños,

morir de cuitas, construir nuevos firmamentos.

No sucumbir al desaliento, no cesar en el empeño.


Ser madre, ser mujer y niña. Ser madre

para que otro hombre, otra mujer piel de la piel,

mire frente a frente al sexo femenino, o al masculino,

no tenga miedo ni vergüenza de ser

a veces menos alto, en ocasiones más;

mida los logros, en eficacia y no género;

rinda pleitesía al amor y como tal enamore, ame,

se deje amar, comparta codo a codo la aurora,

las espigas, los derechos, la crianza. El ocaso

cuando llega eclipsando el alma, y la abundancia.


Ser  Madre: cobijo, camino, arma poderosa de equidad,

herencia de amor, calendario de besos.










María José Marrodán.




Madre, madre
la palabra madre no alberga dolor
el dolor es una causa
consecuencia de una acción

madre, donde la imagen nace distinta
muere el símbolo del primigenio origen
arde la vida, duerme en brazos, un niño desnudo

madre,  si decir con los labios una palabra
es definir la razón de un pensamiento
de un sentimiento que por si solo, siente y habla

cuál la palabra diferente a su misma razón
cuál el milagro de tener en mis labios
la palabra emoción, el sentido de un latir
de mi corazón prestado, el fino hilo que une y destruye
en la mirada, su visión
¡ oh mi eterna confusión!

madre, estiro las palabras como hilos descosidos
de un ojal sin botón, vacíos, pendientes,
sólo llenos, por un imaginario corazón

la palabra madre no alberga dolor,
la palabra madre, no es dolor

madre
vos sois origen, principio y acuerdo
oración y canción de mi única condición

vos sois, madre,
el eterno sonido de una palabra
que disuelta en agua grita de vida
el misterio mismo de mi sola presencia
de esas manos que abiertas sostienen
con calma la humanidad, en silencio,
en silencio,  mi voz siente toda la eternidad


gritar, gritar bien alto voces y versos
que oigan las nubes y el cielo
las lejanas estrellas y los cercanos hombres

ella, ella es la mujer, la madre,
la virgen de un dios
que en la tierra reina de corazón,
de nombre amor, de gracia,
de gracia, su infinita compasión

madre, madre
por ti y por ellas
madres, madre

 yo hablo
            yo grito
                     yo,
                         existo…











Luis Miguel Oraá Álvarez




MÁS ALLÁ



Más allá de los recuerdos

de tu juventud y de mi infancia.

Más allá de la añoranza

de cualquier tiempo pasado.

Más allá de los besos,

los abrazos, las regañinas

y los juegos.

Más allá llega mi cariño

cuando recuerdo aquella mujer

que me cogía de la mano, 

y miraba sin miedo el horizonte.

Mis trece fueron tus cuarenta y cinco 

y no siempre entendimos el mismo idioma.

Pero más allá de las palabras llega mi cariño.

¿Recuerdas aquellas tardes de buñuelos y chocolate?

Y aquellas otras de cine y autos de choque.

Nuestra casa, tus cortinas, mis vestidos.

¿Recuerdas?

¡Qué sentimiento de nostalgia 

al mirar tus ojos bajo los teñidos cabellos canos!

Ahora yo te doy la mano, soy yo la que mira el horizonte,

Pero yo tiemblo, yo si tengo miedo.

Sin embargo, más allá de los años y del tiempo,

más allá del recuerdo y del olvido.

Más allá, 

mucho más allá llega mi cariño.












Arantxa Moreno Fernández 




MATER AMABILIS




Mi madre solía decirme: “Ponte un delantal, que el diablo enreda”. “Lo que puedas hacer hoy, no lo dejes para mañana”. “Que de viejo no se puede pasar…” Y un diez de febrero de 2005 el diablo enredó los hilos de su vida y ella cruzó el Ebro hasta perderse en la orilla infinita del más allá. Entre 1936 y 1939 no la alcanzaron las bombas en Barcelona porque – según ella – no estaba en la raya. Pero si la fulminó el rayo inexorable de la muerte puesto que, un día u otro, la sorprendería en su vertical.

Mi madre sentía pasión por los animales, en particular por los gatos, los cuales no faltaron en su domicilio: Pepito, Nicanor (que eran gatas) Sultana, León, Tigre y otros innominados. Todos ellos cariñosos, expertos cazadores, juguetones y mediopensionistas. Entre ella y los felinos existía un código semisecreto y un sólido vínculo. Mi madre representaba para ellos la autoridad indiscutible del individuo alfa.

Aunque no deseo centrarme solamente en la figura de mi madre, sino en el rol insustituible que la progenitora representa en la familia, máxime en décadas pasadas. Ya que – por fortuna – el padre actual ha asumido funciones otrora reservadas exclusivamente a la mujer. Miguel Mihura escribió en una de sus obras:” …Hombres sin madre”. Y citando a HenriK Ibsen: “…He de cuidarme de mí mismo. Ya no tengo madre que lo haga por mí”.

Cuando en la travesía de la vida el temporal arrecia corremos a refugiarnos en el puerto salvador. En unas aguas sin escollos, seguras y prometedoras que nos conducen a casa. Esto es, a la vera de nuestra madre, siempre con la puerta y los brazos abiertos, aunque regresemos abatidos y derrotados. Si se nos quebraron las alas, en ese vuelo imposible ella nos acoge como a crías dependientes.

En una regresión quizá de décadas en las que el transcurso del tiempo no existe, tan sólo el vínculo indestructible y definitivo.  Ella ni juzga ni condena. Sólo la mueve el amor incondicional y un afán de protección infinita que no se extingue con la edad adulta de sus hijos. He conocido a madres heroínas, hacedoras de milagros. Luchando en un medio injusto y hostil a fin de criar a su prole,  renunciando a todo para sí mismas. Infatigables, como bestias de carga estimuladas por  los trallazos de la necesidad.

Cuando un día aciago ellas emprenden un viaje sin maleta y sin retorno, el sol se eclipsa y la luna se refugia entre las nubes enlutadas. Un repentino vacío nos engulle como un agujero negro. Nos sentimos desaxados, sin norte, huérfanos del cariño materno que acarició tantas etapas de nuestra vida. Más ellas permanecen rutilantes como estrella polar en el firmamento desmesurado de nuestros recuerdos.










Rosa Laso




Se llamaba Pilar.




 Mi madre se llamaba Pilar,
como esos muros que apuntalan
lo alegre y desmedido de pertenecer,
y toda la geografía del llanto
podía ser derramada
en la semilla de sus senos.
Mi madre era de Madrid
y le gustaba que se supiese.
También le gustaban
 los mantones de Manila,
los toros, el cocido y de cuando en cuando
en ella se adivinaba el rictus
de quien va muriendo de nostalgia
Se llamaba Pilar, era de Madrid
tenia un lunar en la mejilla
y vino a nacer cuando las hojas
caen sangrantes
en todas las lunas de octubre.
 Mi madre construyó un
jardín de guisos, de zapatillas calientes 
y de las plazas de abastos hizo
  un remedio contra el quebranto.
Y en sus manos... en sus manos,
siempre visible un almacén repleto
de sueños.
Contaba que en una ocasión
casi la traga el mar en una playa
y cuando lo contaba el salitre se adivinaba en sus ojos
y reía, y reía recordando como el mar
había sido solo de ella por unas horas
y hasta él se doblegó ante la grandeza de su vientre.
 Mi madre era muy guapa, como
su madre, como su hermana,
como todas las mujeres que en ella habitaban
la morena semblanza de quien besa de verdad.
Mamá; soy tu hija,
y desde que en noviembre
emprendiste un viaje muy largo a un país
donde el equipaje es un sol de la infancia
y se vuela en lo celeste de lo indoloro.
 Mamá, desde que bailas, desde
que recorres nuestras camas
con la cegadora luz del que alejado
del hueso goza del descanso,
desde ese día te echamos de menos,
y nada es lo mismo, pero
todo sea porque el baile, si mamá
todo sea porque de la boca misma de todo lo alado
naces cada noche, en esa estrella
que me guiña el ojo, desde tu ventana.
Mi madre se llamaba Pilar, era de Madrid
y tenia un lunar en la mejilla.
 Y no ha muerto, solo
está bailando con su mantón de Manila
un chotis en el cielo,
mientras Sara la peina.







María del Pilar Gorricho del Castillo.

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